lunes, 29 de abril de 2013

Él y Yo, cuando no era yo




A ver, con humildad, me atrevo a compartir con ustedes mi historia, la titulare: “Él Y Yo, cuando no era yo”. Quizá para algunos sea un melodrama y para otros una tragicomedia, pero la compartiré (¡realmente necesito sacarme esto!). Intentaré ser breve, pero explicito.

Mi nombre es César, soy homosexual, tengo 27 años, en el plano de amores soy un iluso, creyente en las pasiones, en los amores, en las cosas imposibles, uno de esos llenos de sueños y metas, todo en el marco de la lucidez y la objetividad (bueno, eso creo yo).

El caso es que, érase una vez, yo tuve una relación a la cual le dedique un tiempo de mi vida, invertí cariño, atención, respeto, todo lo mejor de mi, aquello que inclusive desconocía lo invertí, al punto que era un ejemplo a seguir de honestidad y decoro, ejemplo de que si es posible vivir en pareja de forma maravillosa, a pesar de estar en un país con una cultura machista como Venezuela. Pues bien, en esa relación, justo en el momento en que, particularmente, tallaba el cartelito de “Para toda la vida”, a través de una llamada telefónica fui notificado que simplemente “…esto se acabó, fue un error haber tenido una relación contigo (conmigo), así que recoge tus cosas que se acabo, ah y disculpa la molestia”.

Obviamente, sentí que mi mundo se desplomó, que la vida no tenia sentido, que a fin de cuentas nada ni nadie valía la pena, que simplemente en este lado del camino, toca es vivir el momento y esperar la vejez dignamente con la compañía invaluable de la soledad al final del camino. ¡Fatal! Realmente sentí una cosa horrible en ese momento.

Con el transcurrir del tiempo, en esa cuenta de no regresión, en ese luto activo, fui superando el dolor. Logré salir de ese abismo, entendí que toda esa zarpa de pensamientos no tendrían que ser así, que la vida tiene matices y cada quien elige a cual color encaminarse. Si, supere mi guayabo y retomé el camino de la luz.

Transcurrió el tiempo y a través de un amigo, conocí a quien inspira esta historia, lo conocí a “Él” (en efecto, no plasmare su nombre por respeto). Él, llega a mi vida en un momento coyuntural, por cuanto por motivos realmente injustificables, vivo dándoles albergue en la residencia donde vivo, en principio provisional, a mi hermano y su “novia”. Asimismo, la entrada de Él coincide con la compra de mi auto nuevo, a pesar de no saber manejar en ese momento.

El asunto es que Él y yo, comenzamos a hablar, por teléfono, Chat, MSN, mensajes de texto y a fines, todo en el esquema de lo normal. De esta forma, poco a poco fui conociéndolo. Vale destacar, que al comienzo fascinado por su novedad, le atribuí un sin fin de cualidades, que a medida que adentre en su vida, entendí que no me equivocaba en lo absoluto (buen hijo, trabajador, responsable, centrado, con una visión de futuro impresionante, cariñoso, respetable, educado, muy inteligente y con un carácter fuerte, esto último era lo mejor, es decir era todo lo que podía exigir y más), lo cual hizo que cayera derretido ante los pies de Él.

Paralelo a mi descubrimiento de Él, mi hermano manejaba mi auto por cuanto yo no tenia licencia ni sabia manejar. Siendo así, el tiempo seguía andando y, bueno, obviamente se comenzaron a caldear los ánimos por cuanto no era normal que yo con carro y ¿aún a pie?, ¡Pues no es justo!. Mi hermano se excusaba para enseñarme a manejar, a lo cual, Él se ofreció a ello y así Él termino siendo mi profesor de manejo, sirviendo la primera clase como escenario para el primer beso y determinar ser novios. Aquí es donde comenzó el inicio del fin.

Al figurarse el hecho de tomar mi carro, mi hermano emprendió su cruzada por despotricar todo tipo de acción o actividad que Él y yo hacíamos, sobre todo, en las ocasiones que le preste mi carro a Él para que realizara diligencias o se fuese a su casa, o visitara a su familia en el interior del país (ojo, en una ciudad a 45 minutos de Caracas, donde vivimos). A mí, francamente, no me importaba. Yo opté por confiar en Él, muy paralelo al hecho que fuésemos novios o no, de corazón no sentía inconveniente alguno en ello, exceptuando la indiscutible preocupación de que le pudiese ocurrir un accidente, lo cual es normal.

En un momento de la historia, Él, por casualidades, meramente casualidades ¡Reales casualidades! Me coloco en condiciones de dudar sobre sus acciones o intenciones conmigo, las cuales mi hermano y su inseparable novia, aprovecharon cual tierra fértil para sembrar su semilla de la duda y hacer florecer el árbol malicioso y cuaimil en mí (Cuaimil, es relativo Cuaima, epíteto coloquial empleado en Venezuela, para referirnos a mujeres extremadamente celosas de sus parejas). Árbol que descaradamente llegué a reconocer y poco a poco Él cortaba sus ramas con justificadas razones. Así volvía la calma, a pesar que yo en lo más profundo conservaba sus raíces.

Estas raíces, hoy entiendo que en parte pertenecían a aquel pasado, que en una llamada telefónica mi mundo se había desaparecido, esas raíces quedaron de la transición de la luz a la oscuridad y de la cual pensé había logrado salir, pero que si dejo sus secuelas y en ese momento nutrieron el árbol de la duda. Fui más que una mala hierba, fui realmente terrible, hoy lo reconozco, y todo ello, es porque no quería perder a Él. Inclusive, entre tantas platicas en las que mí adorado profesor de manejo se ponía el traje de jardinero para podar el árbol, lo reconocí, le confesé que “extrañamente” yo me desconocía y realmente es porque no quería perderlo. Quería ir con el al infinito y más allá, en adelante dispuesto a todo junto a él, porque es un ser maravilloso.

Absurdamente, la historia fue tomando un curso en el cual, mis mejores amigas, mi hermano y allegados, comenzaron a criticar la forma en que Él y yo asumimos llevar la relación, que había llegado a un punto casi Wiffi (que ojo, no me importaba, yo seguí creyendo en ese “Si se puede”), puesto que Él debió mudarse a su ciudad natal con su familia y yo hasta el bendito auto le prestaba por días o semanas enteras sin chistar, para que pudiese trasladarse sin complicaciones. Esta situación generó alarma en la población de mis allegados y círculo de amigos, arreciando sus críticas, con improperios y vilipendiando de la forma más baja a Él.

Ante ello, yo opte por aislar todo tipo de foco de desestabilización que pretendiera imponer su voluntad en mi relación con Él, esto al extremo de quedarme sólo con Él. Aislé, amigos, familia, allegados, a todo a aquel que tuviese la osadía de hablar mal de Él, aislé a tantas personas que la isla terminé siendo yo, un pequeño médano en medio del inmenso mar, pero siempre apostando a Él.

Por azares del destino, debí enviar mi carro al taller (como todo principiante, le ocasioné varios daños a la carrocería). En ese momento, el carro lo tenia Él. Se lo solicité, el día acordado me lo entrego, y luego lo acompañe al Terminal de autobuses porque él debía regresar a su casa con su familia.

Ese día, de verdad, fue muy extraño. Yo tenia toda la ilusión de verlo, abrazarlo, la emoción de verlo era infinita, ansiaba compartir con él como es debido, pero inexplicablemente, en el frente a frente no podía pronunciar palabra alguna, Él llego tarde, me invadió la ira de haberlo esperado todo el día y el apareció a escasas horas de la salida de su autobús de retorno. Realmente me dolió que no se esforzara por vernos un poco más temprano. Pero ni modo. Él se fue a su casa, yo a la mía.

La semana siguiente, la comunicación entre Él y yo, fue pésima, sus mensajes se subordinaron a un “Buen día, éxito”. Eso me torturaba cada día, y a pesar que intenté comunicarme con él, notaba que era diferente. Ante ello, para no hacerme ideas locas y evitar retoños en el árbol, atribuí dicho comportamiento al estrés que le causara viajar todos los días en el transporte público, el trabajo, la particular situación familiar, y un sin fin de excusas que mentalicé.

Al finalizar la semana, el carro estuvo listo. Al salir del taller al primero que notifique tal evento fue a mi adorado profesor. Recuerdo haberle escrito “Nene, ya nos arreglaron el carro, ya me lo entregaron”, a lo cual el respondió: “Que bueno que te arreglaron TU carro, cuídalo”. Este mensaje me aterrorizó, así que intente seguir escribiéndole para saber de él y tratar de caer en el escenario de programar vernos, pero tal pretensión fue frustrada por un repentino: “Mira, voy a salir, estamos hablado, cuídate.” ¡Uy no! De verdad, allí se encendieron las alarmas, luces rojas, se paralizó la ciudad, el frenazo del carro se escuchó en todas las manzanas adyacentes y es que, estemos claros que obviamente sabemos el significado implícito de esas palabras, pero yo seguía iluso y ecuánime apostando, aferrado al margen de duda, pero aún así opte por preguntar si continuábamos o no, y en definitiva, así fue, nuevamente por teléfono (ésta vez por mensajes de texto) fui notificado que todo acabo y que “podíamos seguir siendo amigos”.

Nuevamente con el mundo destrozando y la moral pulverizada. Vi rodar mi corazón por la autopista y ser triturado por un camión de basura.

Acto seguido, la ira se apoderó de mi, negué toda posibilidad de amistad, y deje claro que obviamente me dolía tal determinación, sobre todo, después de haber apostado por él, teniendo al mundo en contra.

Fue devastador, me dolía ¡Realmente me dolió! En ese momento la impotencia de no poder perder el control, por encontrarme manejando, fue mi único aliado para no romper a llorar y literalmente seguir adelante. Luego, lo eliminé de mi teléfono, eliminé todo rastro que me lo recordara, excepto su foto en mi cartera. Al verla fue inevitable, jamás había llorado como en ese momento, fue terrible. Los inevitables espectadores (mi hermano, la novia y unos amigos del apartamento donde vivimos) me cuentan hoy en día, que era indiscutible que ese momento fue terrible y de profundo dolor para mi. Yo, honestamente, no logro recordar mucho lo que hice. Recuerdo despertar al día siguiente con esa especie de ratón (resaca) de llanto y mi cara no podía disimularlo, así como mi hermano no pudo disimular su descarada felicidad por mi situación.

Son incontables los “te lo dije”, “yo tenia razón”, “es que tú no haces caso” y a fines, que en los sucesivos días recibí, de las personas a quienes la novedad les fue llegando.

Honestamente, me duele haber perdido a Él. Hoy lo recuerdo y me duele. De vez en cuando arrojo unas lágrimas en los rincones. Entendí que de verdad, por mis miedos y dejarme envenenar, lo perdí ¡Fui un imbécil!

Y aunque sé que no podré cambiar el rumbo y obtener un final feliz (ese es casi un sueño utópico), hoy muero por saber de él, verlo, compartir con él, volver a estar junto a Él aunque sea de amigos, demostrarle lo importante que fue para mí, así como el respeto y la admiración que siento por él. Poder ratificarle mi apoyo y pedirle disculpas por ser grosero con él. Espero algún día pueda al menos demostrarle que a fin de cuentas no logró conocerme a mí. No fui yo, quienes me conocen y siguieron la historia de cerca, saben que fue así, no era yo.

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